Mito de la revolución de las redes sociales en el mundo árabe

Si algo han reiterado los medios de comunicación durante las revoluciones en el mundo árabe de los últimos meses es la importancia de las redes sociales e Internet a la hora de organizarlas. Algunos han llegado al extremo de afirmar que sin Facebook o Twitter el cambio político en Túnez o Egipto habría sido imposible y que bastaría con extender su uso a otros países para obtener el mismo resultado.

La primera vez que la prensa empezó a hablar de «revolución Twitter» fue en Irán, durante las fallidas protestas del 2009. Pocos se pararon entonces a pensar que el número de usuarios de Twitter en Irán (unos 8.000) los convertía en una minoría muy pequeña, sobre todo porque entonces no era posible twittear en farsi, la lengua local.

La activista iraní Golnaz Esfandiari publicó entonces un artículo en la revista Foreign Policy en la que ridiculizaba la obsesión de la prensa occidental con Internet y las redes sociales. «El viejo boca a boca, era, con mucho, el medio más importante que utilizamos los de la oposición». «Todo el jaleo de Twitter -declaraba el también activista Mehdi Yahyanejad al Washington Post– se reducía a un montón de norteamericanos twitteando entre ellos». Esfandiari, de hecho, identificó a los tres twitteros más prominentes durante las protestas: uno vivía en Suiza, otro en Estados Unidos y el otro, en Turquía.

Dos años después, el marchamo de «revolución digital» vuelve a aplicarse a las protestas del mundo árabe. Pero de nuevo los números no encajan. Juntos, Túnez, Egipto y el Yemen no llegan a los 15.000 usuarios de Twitter. Menos del 5% de los egipcios tienen perfiles de Facebook (en los otros países, el número es aún menor). Aunque es muy posible que estos medios hayan facilitado a algunos manifestantes comunicarse entre sí, su importancia tiene que haber sido mínima en comparación con el uso de simples teléfonos móviles o la televisión satélite Al Yazira.

Parte del problema está, posiblemente, como plantea Murado (2011) en que tendemos a confundir la manera en que recibimos noticias nosotros y la forma en que las transmiten entre sí los participantes en las revueltas. Mahmoud Salem, el twittero más famoso de Egipto reconocía recientemente a la PBS norteamericana que en una ciudad con tanta cultura de calle como El Cairo los rumores son más veloces y eficaces que Internet. De hecho, las revueltas se recrudecieron en un período en el que el Internet estaba siendo bloqueado por el Gobierno.

Malcolm Gladwell, en un ensayo en la revista New Yorker, llega incluso más lejos. Considera que el «activismo Facebook» puede ser un obstáculo, al canalizar la motivación hacia una actividad pasiva y sedentaria en vez de a asumir los riesgos y las molestias del verdadero activismo. Por otra parte, Evgeni Morozov, autor de El espejismo de la Red, recuerda que imaginar Internet como una fuerza liberadora supone ignorar inocentemente que los Estados poseen siempre mayor capacidad tecnológica que los individuos. Facebook, con sus listas de contactos fácilmente accesibles, fue mina para los servicios de seguridad iraníes y egipcios (Facebook, de hecho, cerró páginas antigubernamentales en Túnez hasta la caída del presidente Ben Alí).

Además, los mass media nos presentan las rebeliones de Túnez, Egipto Libia, Yemen, Marruecos y Bahrein como un ejemplo de lucha pacífica del pueblo contra la opresión y la descomunal subida de los precios de los alimentos que se ha producido en los últimos meses; una lucha que, por lo demás, es presentada como horizontal, sin líderes, producto de una espontaneidad creadora de valores políticos surgida “desde abajo” gracias, especialmente, a las redes sociales.

La imagen general promovida por los medios es que tal evento se debe a la movilización de los jóvenes, predominantemente estudiantes y profesionales de las clases medias, que han utilizado muy exitosamente las nuevas técnicas de comunicación (Facebook y Twitter, entre otros) para organizarse y liderar tal proceso, iniciado, por cierto, por la indignación popular en contra de la muerte en prisión, consecuencia de las torturas sufridas, de uno de estos jóvenes.

Como demuestra el profesor Vicenç Navarro (2011), esta explicación es enormemente incompleta. En realidad, la supuesta revolución no se inició hace tres semanas y no fue iniciada por estudiantes y jóvenes profesionales. El pasado reciente de Egipto se caracteriza por luchas obreras brutalmente reprimidas que se han incrementado estos últimos años. Según el Egypt’s Center of Economic and Labor Studies, sólo en 2009 existieron 478 huelgas claramente políticas, no autorizadas, que causaron el despido de 126.000 trabajadores, 58 de los cuales se suicidaron. El punto álgido de la movilización obrera fue cuando la dirección clandestina del movimiento obrero convocó una huelga general. Los medios de información internacionales se centraron en lo que ocurría en la plaza Tahrir de El Cairo, ignorando que tal concentración era la cúspide de un témpano esparcido por todo el país y centrado en los lugares de trabajo –claves para la continuación de la actividad económica– y en las calles de las mayores ciudades de Egipto. Las movilizaciones obreras que han sido claves en las rebeliones en cada uno de estos países están siendo silenciadas, concluye este experto, porque los medios de mayor difusión trasladan a la población la visión de las clases dominantes de los países en los que tales medios existen.

Nadie niega que los jóvenes profesionales que hicieron uso de las redes sociales (sólo un 22% de la población tiene acceso a internet) jugaron un papel importante, pero es un error presentar aquellas movilizaciones como consecuencia de un determinismo tecnológico que considera la utilización de tecnología como el factor determinante.