Publicidad en los autobuses de León y Alfoz

Cuando el autobús público número cuatro, que me traía hoy desde mi barrio, ha parado en la Universidad de León, he escapado corriendo, aliviado. Durante la media hora que ha durado el trayecto, entre San Andrés del Rabanedo y la Universidad, me he visto sometido inmisericordemente a una agresión permanente, sistemática y continuada de anuncios televisivos acompañados de voces estridentes que me conminaban una y otra vez a “no ser tonto”, a beber vino de no sé qué bodega, a comprar en no sé qué grandes centros comerciales. Me ha sido imposible poder leer ni siquiera un momento el libro que me traía entre manos.

Me preguntaba que había hecho yo para merecer esto. Por qué nuestro Ayuntamiento había convertido un servicio público en una agresión permanente para los oídos y la vista, sin consultar a los sufridos pasajeros y pasajeras que utilizamos el transporte público para desplazarnos por la ciudad de León. Casi me dieron ganas de claudicar y decir, ¡se acabó!, no vuelvo a utilizarlo. A partir de ahora utilizaré coche particular, donde no me van a agredir con publicidad continuada que no he pedido ni tengo por qué soportar.

Pero, en una época de crisis, con la subida de precios del petróleo, con la contaminación que supone el abuso del transporte privado, con las campañas que hace el propio Ayuntamiento para que nos concienciemos y utilicemos más el transporte público, cómo voy a renunciar a un servicio público. Y, en todo caso, yo podría huir de esta agresión, pero cómo van a poder escapar las personas mayores, que ya no pueden conducir o que, con unas pensiones tan reducidas como las que tenemos en este país, no pueden permitirse el lujo de tener un medio de transporte privado. ¿Y los estudiantes que van a la Universidad todos los días? Sometidos una y otra vez, de forma inmisericorde, a un anuncio y otro y otro más. ¿Y los menores que van con su familia al colegio? ¿Quién los protege a ellos y ellas?

Cuando el único criterio es la rentabilidad económica este es el tipo de gestión de los servicios públicos. Se pierden todos los principios y valores cuando entra el negocio en lo público. Porque prima el beneficio frente a las necesidades de los usuarios y usuarias de esos servicios. ¿Alguien le ha preguntado a quien usa habitualmente el servicio de transporte público, es decir, a los vecinos y vecinas de León y su alfoz, si quieren soportar anuncios continuados durante el trayecto? ¿Han contado con nosotros y nosotras? Porque pagamos un servicio público y, cuando pagas, al menos tienes derecho a elegir aquello que compras. Pero aquí no. Aquí nos lo imponen, como si tuvieran derecho a decidir por cada uno de nosotros y nosotras. Parece como si nos trataran como “ganado” al que se le pone “estímulos”, como en las granjas de gallinas para que pongan huevos, pero, en este caso, para obtener más beneficios en sus cuentas de resultados.

El negocio que supone la publicidad invade los pocos espacios públicos que podíamos disfrutar sin agresiones continuas, conminándonos a comprar compulsivamente, a vivir el consumismo como si fuera la única meta de nuestras vidas. El problema es que así aprendemos a normalizar este tipo de agresiones auditivas y visuales. A minimizar su impacto. A considerar ¿qué más da otro anuncio más?, con los que ya vemos. Pero, al menos, en los espacios privados, cada uno puede cambiar de canal de televisión o de radio, apagar el aparato, bajar el volumen. Pero aquí nos convertimos en público cautivo, sometido, como en las prisiones estadounidenses de Guantánamo, a una ración de sonidos e imágenes machaconas y estridentes que no podemos controlar, que nos asaltan y nos inundan. La sensación de impotencia desarma la conciencia, pero ni siquiera eres capaz de abstraerte porque el volumen es tan alto que emerge por encima incluso de los gritos y pitidos del tráfico.

Al límite de mi capacidad de aguante, pensando ya bajarme en la próxima parada y continuar caminando hasta la Universidad, me acerqué al conductor del autobús y le pregunté si se podía bajar el volumen o quitar la publicidad. Me explicó que ellos no tenían “ningún control” sobre ello. Que era automático y que no se podía tocar. Que no era el primero que se lo decía y que ellos hacían cuanto podían, indicando en su empresa que había quejas continuas con este sistema. Pero que les contestaban que “la gente ya se acostumbraría”, que, “al final, la gente se acostumbraba a todo”. Y en eso tienen razón, nos acabamos acostumbrando a que nos quiten nuestros derechos; a ser precarios y considerar que quienes tienen puesto de trabajo fijo son privilegiados; nos acabamos acostumbrando a que nos bajen los sueldos, mientras los directivos y accionistas tienen sobresueldos y dividendos astronómicos; nos hemos acostumbrado a que nos reduzcan las pensiones; a que instalen cementerios nucleares al lado de nuestros barrios; a que se presenten políticos corruptos y obtengan incluso más votos; a este consumo desenfrenado en el Norte que está arrasando el planeta y que dejará un erial a las futuras generaciones;… ¿A cuánto más nos tenemos que acostumbrar?

Con la excusa de informar sobre las siguientes paradas, nos han vendido publicidad. Y no precisamente de forma encubierta o solapada. Ni siquiera Esperanza Aguirre y Gallardón, en Madrid, adalides de la privatización de lo público, se han atrevido a ello. En los autobuses de Madrid se informa, visual y sonoramente, de las siguientes paradas y punto. Lo cual facilita además el desplazamiento de personas con problemas auditivos y visuales. Pero no se utilizan los paneles informativos como excusa para mercantilizar y comercializar con publicidad un espacio público que nos pertenece a todos y todas.

En su afán recaudatorio, este Ayuntamiento ha perdido el norte y los principios, que los ponen al servicio del mercado, a costa de nuestra salud mental y nuestro bienestar. Debemos reclamar una utilización del espacio público sin agresiones. Debemos protestar ante la utilización que hacen así de quienes tenemos que utilizar el transporte público y nos vemos obligados a tragar un anuncio tras otro. Especialmente debemos luchar por impedir que utilicen a nuestros menores como público cautivo, sometiéndoles a este bombardeo de publicidad. ¿Cómo vamos a quejarnos después de que salen jóvenes consumistas?

Debemos recuperar el espacio público que es de todos y no permitir que lo conviertan en negocio. Ya han privatizado el agua, un bien público. No dejemos que también mercantilicen de esta forma el transporte público. Si este equipo de gobierno quiere hacer negocio con la publicidad que se la ponga en su casa, pero que no nos invada nuestra casa común y los espacios públicos que son de toda la ciudadanía.